Seguí buscando en
el cajón pero solo estaban esas cuatro fotos, apiladas, una encima de la otra,
sin querer despegarse, ni ser vistas. Las deje donde estaban, guardadas.
Baje al living. Abrí
la computadora y me puse a terminar unas planillas de cálculo para el trabajo.
Por suerte estaba sola en casa, Martín iba a llegar alrededor de las ocho.
Me hice un café,
lo lleve para la mesa y después de un momento prendí la radio.
Di un par de
vueltas alrededor de la cocina, abrí la ventana y deje que el aire me golpeará
en la cara. Me volví a sentar. Subí el volumen de la música y mire de reojo el
cajón. Me tente de volver a abrirlo, aunque de cualquier manera ya sabia lo que
había ahí adentro. Lo abrí. Revolví todo, mis manos se escondían entre los papeles
buscando nuevamente las fotos. Cuando las agarre las mire detenidamente - que
hijo de puta.
Las deje arriba
de la mesa. Separadas, una por una, en un orden cronológico azarosamente
inventado:
Ella en un yate, lentes
de sol color beige, mirando al horizonte. De fondo: el mar, Color verde oscuro,
casi negro, de una tarde que estaba llegando a su fin.
Ella en la orilla
del mar, de espaldas, flaca, short verde. Pelo ondeado.
Ella pasando el
brazo por el hombro de mi novio. Con el otro, sostiene un vaso.
El, sonriente, en
medio de la playa.
Ella en una avenida
de Río de Janeiro; a sus costados, dos amigas.
Momentos después
mire el reloj. Iban a ser las seis.
Busque mi
teléfono. Abrí la agenda de contactos y marque el número de Ignacio.
Después de varios
tonos escuche su voz. No hablamos mucho. Solo me detuve a pedirle disculpas por
la tardanza de la semana pasada, que había estado ocupada y que justo ahora
estaba sola en casa por si quería si quería tomar algo. Como no tardo mucho en
decir que si, porque justo estaba cerca de acá, quedamos en vernos en media
hora.
Ordene un poco
living, guarde mi computadora, y ordene los papeles que había revoleado en el
suelo. Después junte las fotos de arriba de la mesa, las apile todas juntas y
las guarde donde estaban. Acomode un poco los almohadones del sillón y prendí
unos sahumerios aromáticos.
Espere. Veinte
minutos mas tarde tocan el timbre. Abrí la puerta. Era Ignacio: rubio, alto,
con el portafolio de cuero en la mano.
– Pasa, dale.
ponete cómodo.
Nos sentamos en
el sillón. Tomamos una taza de café y nos quedamos charlando sobre unos temas
de la oficina. Aunque no era nada muy importante yo lo miraba detenidamente. Lo
escuchaba - sin muchas intenciones de seguirle el curso- y solo le respondía con gestos. Mis piernas
temblaban, y aunque estaba un poco dura, no paso mucho tiempo mas hasta que
Ignacio decidió acortar la distancia que nos separaba en el sillón.
Tampoco había
mucho tiempo, así que había que hacerlo rápido: nos empezamos a sacar la ropa de
manera furiosa, mientras manteníamos con la boca un beso, beso que luego se
volvió interrumpido, entrecortado por los espasmos.
Yo lo abrazaba,
con las uñas clavadas en su espalda y con la vista perdida miraba el cielo
raso: short verde, pelo ondulado, la sonrisa de mi novio. lentes, playa,
transpiración,
Cuando terminamos
nos quedamos en silencio. Ahora los dos mirábamos el cielo raso, pero esta vez
con la vista fija. – bueno, me tengo que ir. Me dijo Ignacio.
Junto la ropa que
estaba en el suelo, se cambio y le abrí
la puerta.
Eran las ocho
menos diez. Entre corriendo al baño y me pegue una ducha.
Minutos después
se escucha un portazo.
- ¿ya estas
lista? – me grito
- Si, ya casi
estoy. Dame un momento, me estoy terminando de cambiar.
Martin se quedo
en el living, se había sentado en el sillón y había prendido la televisión
mientras me esperaba.
Cuando salí de la
habitación, lo mire radiante. Me había puesto el vestido negro ajustado que le
gustaba. Me acerque con una sonrisa y le di un beso.
- Bueno, ¿vamos?
– me dijo, y me agarro de la mano.
Era noche de
viernes. Así que, como era costumbre, salimos temprano de casa y nos fuimos a
cenar a un restaurant de comida italiana.